La primavera

Foto: Diego Grez / El Marino.
Foto: Diego Grez / El Marino.
Carlos Rojas Pavez (1906-1994), secretario municipal de Pichilemu entre 1938 y 1967 y alcalde de la misma comuna entre 1967 y 1971, escribió por muchos años como corresponsal y colaborador en varios periódicos del país, como El Diario Ilustrado, La Nación, Crónica de Rancagua, y El Cóndor de Santa Cruz. Pero también dejó algunos textos inéditos, que a través de esta sección, “Estampas de Pichilemu”, iremos rescatando y difundiendo para los lectores de El Marino.

Todos los valles, colinas, quebradas y montes, entre Topocalma y el estero de Nilahue, cambian de aspecto y de color en cada estación del año.

En primavera, como dice el Padre Ovalle, los campos se cubren de flores amarillas, rojas y blancas, de huilles olorosos, con tanta abundancia que nos da cuidado andar por ellos. En las laderas que se inclinan hacia el mar en San Antonio y Alto Colorado vemos una mañana, con sorpresa, que han nacido los trigales. Los árboles muestran hojas brillantes y de variadas y hermosas formas.

En las quebradas hay una variada y vistosa vegetación de plantas y arbustos frescos y lozanos de verdes tan distintos que no creo que pintor alguno haya podido copiarlos con sus pinceles. Hasta en los cerros más áridos y hoscos hay arbolillos helechos y pequeñas hierbas que con su tupido y tímido verdor, cubiertas de florecillas, suavizan la dureza de las cimas pedregosas.

En las dunas costeras, en las lagunas y pozas que brillan como espejo del cielo, en los cerros plantados de pinos, en los sembrados, en las huertas, en los caminos, en las casitas de techo rojo de los pescadores y campesinos, en las vertientes que bajan por las barrancas, donde el agua conversa quietamente con las salvias y los maquis, en la inextricable red de quebradas que a veces se juntan para viajar hasta el mar, hay un ambiente de fiesta, un airecillo que da calor y enciende la sangre.

En primavera todas las cosas manifiestan en alguna forma su alegría, la alegría de vivir en un mundo tan hermoso. Las aves despliegan toda la magia y el encanto de sus vistosos plumajes y de sus trinos. En la laguna de Petrel, desde el alba, yo escucho, saturado del aliento de la primavera que todo lo cambia, desde mi cuarto los mil gritos, cantos, chillidos y otros ruidos alegres de los petreles, de las gaviotas, de los queltehues, de las golondrinas y de los pollitos que como láminas de plata vuelan sobre las olas y miro emocionado los campos sembrados, los bosques, la laguna que llega al borde de mi casa, y las voces de los boteros que viajan por ella hasta el Puente Negro, y bajan en la isla de los pinos y eucaliptos de San Antonio.

Hay en el aire olor a espliego y a romero, a salmuera y a pinos olorosos.

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