DOS MENCIONES HONROSAS PARA PICHILEMU EN CONCURSO DE CUENTO CORTO

Dos menciones honrosas para Pichilemu se trajeron José Sepúlveda Silva -primera Mención en la categoría Pobladores- y Washington Saldías González -segunda Mención en la misma categoría- del Concurso Literario Pablo Neruda 2005, en género Cuento Corto, que organiza el Centro de Extensión Cultural Pablo Neruda, de San Fernando.
La ceremonia de premiación se efectuó en el Salón Municipal de la capital de Colchagua, el viernes recién pasado con un auditorium repleto. Autoridades -presididas por la Gobernador Cecilia Villalobos- la diputada Alejandra Sepúlveda, concejales, entre otras, dieciocho finalistas y amantes de las letras de varias ciudades de la VI Región, como de la VII Región.
Ciento ochenta estudiantes de básica, educación media, pobladores y escritores participaron de esta Novena versión del concurso, que este año estuvo dirigido a la prosa, en el género de cuento corto.
De Talca, Curicó, San Fernando, Rancagua, San Vicente de Tagua Tagua, Las Cabras, Melipilla, fueron algunos de los dieciocho concursantes que fueron distinguidos en la ocasión en que se contó con la participación del excelente grupo musical “Los Alerces”, tres guitarras y una cantante, que deleitó con poesías musicalizadas: Versos de Oscar Castro y música de Ariel Ramírez.
Cada participante de los distinguidos recibió diversos estímulos, además de un diploma enmarcado y la invitación a participar de un tour cultural a Isla Negra en fecha próxima, en que permitirá compartir con los organizadores, que de paso anunciaron la décima versión -para el 2006- en Poesía.
Las menciones honrosas en la categoría Pobladores fueron “Mi zapato izquierdo” de José Sepúlveda Silva, literato y colaborador del programa radial “Radiografía Comunal”; y “El Japonés”, del editor de este website.
Mientras transcribimos el cuento de nuestro amigo José Sepúlveda, compartimos nuestro cuento, que dicho sea de paso, es un fragmento de uno de los capítulos de la novela “El secreto del Tokay Maru” que estamos escribiendo y que esperamos, algún día, publicar.

EL JAPONES

Para aquella enigmática, solitaria y joven mujer que viajaba en el coche de primera, el traca traca del tren N° 37 que hacía el recorrido de San Fernando a Pichilemu resultaba un verdadero suplicio. El ruido que hacía el convoy en realidad no era tan grande, sobretodo porque avanzaba lentamente subiendo la zona de cuestas que se inicia con el primer Túnel, a escasos dos mil metros de la Estación de Alcones, donde empieza el cordón de cerros de la costa.
La mujer de unos 21 años acaso, había llegado a la Estación de San Fernando en otro tren. Y tras una breve consulta se subió al tren que momentos más tarde salía a la costa. Vestía un abrigo oscuro y un chal que le tapaba prácticamente toda la cabeza dejaba muy poco que ver. Era más alta de lo común, delgada; pero un detalle delataba a simple vista que estaba en estado de gravidez. Y era ello, o quizás un fuerte dolor de cabeza lo que molestaba a la dama.
Una pequeña maleta era todo su equipaje. En el trayecto mostró un par de veces el boleto de cartón con destino a la costa. Aparentaba ir dormitando, pues la cantidad de veces que los “buffeteros” le ofrecieron alguna cosa nunca dijo nada. Seguía impertérrita como durmiendo sin ningún ánimo de establecer comunicación.
Un par de niños que viajaba con sus padres en el mismo coche y que de vez en cuando corrían de un lado a otro del coche no logró alterarla.
El viaje de aquel día llegó inusualmente a la hora. Eran las 20.02 horas y estaba recién oscureciendo en esa noche de principios del mes de noviembre del año 1955.
Lentamente los pasajeros de cada coche fueron bajando con sus pertenencias. La mayoría comerciantes. Los menos eran visitantes que a esas alturas del año son escasos. Algunos vecinos habían salido por el día a ciudades cercanas, Santa Cruz, San Fernando, a realizar trámites o a comprar algún remedio que se precisaba y que en la Botica local brillaba por su ausencia.
Solo cuando el Asistente del Conductor del Tren recorría desde el último coche al único de primera clase, éste se dio cuenta que aún quedaba una persona. Se acercó diciéndole a viva voz: “Señora ya estamos en Pichilemu. Bájese por que vamos a iniciar los “cambios de líneas” y nadie puede permanecer arriba”.
– La mujer a duras penas contestó: “Señor, ayúdeme, me siento muy mal”.
– “¿Qué le pasa señora”.
– Estoy con fuertes dolores. Mi guagua quiere nacer antes de tiempo.
– ¡Ah!, usted esta embarazada…
– Sí señor y necesito me ayude. ¿Hay algún vehículo para irme al Hospital?
– Señora, ¿de dónde es usted, acaso no sabe que aquí no hay Hospital? Aquí
solo hay una Casa de Socorros …, y con suerte habrá una “cabrita”.
– La mujer se limitó a decir: “Llévenme allá, por favor”, en tono de súplica.
– Espérese un momento voy a pedir ayuda.
El Asistente bajó rápido del coche y luego de constatar que ni siquiera había una “cabrita”, corre a la Oficina del Jefe de Estación. Dirigiéndose al Conductor que anotaba en el libro de Novedades “que no había novedades”, le dice agitado: -“Jefe, Jefe, tenemos a una pasajera a punto de parir y nos pide ayuda. ¿Qué hacemos?
– Reflautas …, ¿a quién recurrimos?
El Jefe de Estación interviene y dice: – “Mandemos al “Chorero” a la Casa de Socorros. Debe estar en la Locomotora. Vaya a buscarlo mientras escribo un mensaje para que envíen la ambulancia.
El “Chorero” estaba en la vieja Locomotora a carbón, listo a la espera de instrucciones para hacer las maniobras de “cambio de línea”.
Tenía una voluntad de oro, así que el “Chorerín” -un muchacho de unos 16 años, cuyo nombre verdadero era Pedro Vargas Carreño- dejó los viejos guantes que usaba para las maniobras y salió tras el Asistente.
– “Chorerín” le dijo el Jefe de Estación al tiempo que le extendió un Sobre y le agregó: “Mira, ándate directamente a la Casa de Socorros y se lo entregas a Manuelito Bustamante, a don Raúl Llanca o al chofer de la ambulancia. Es urgente y te vienes con ellos. No te distraigas con nada”.
– “Como usted diga Jefe”.
Acto seguido se largó a correr por la subida de la calle Prat para acortar camino hacia la Casa de Socorros que estaba a unas seis cuadras de la Estación.
– ¿Por qué vienes tan apurado “Chorerín”, le preguntó el chofer Luis Hernán “Neno” Urzúa, quien venía llegando poco rato al turno de noche.
Llegó tan cansado y jadeante que no le salían las palabras. Sólo atinó a entregarle el Sobre que venía sin cerrar.
– Espérame. Voy avisar a la Pepita y regreso.
El chofer volvió casi enseguida con una auxiliar que se subió atrás y el “Chorerín” junto al chofer de la ambulancia y en un dos por tres enfiló por Aníbal Pinto a la Estación.
A la mujer la tenían sentada en la Oficina del Jefe de Estación. La señora de éste le había servido un té -y además una frazada la protegía- para calmarle las “tercianas” y el frío característico de la época.
No más de 10 minutos demoró la verdadera cruzada para socorrer a la mujer, que se mantenía cabizbaja y se limitaba a responder lo mínimo a las palabras que trataban de cruzar para acortar la espera.
Pese a la corta distancia de la Oficina a la ambulancia, la trasladaron en camilla, aunque la mujer insistía en que ella por si misma podía caminar hasta la ambulancia.
La auxiliar devolvió la frazada y rápidamente emprendieron el trayecto a la Casa de Socorro, donde una cama lista esperaba a la mujer.
El Dr. Basilio Sánchez -que vivía en la misma cuadra en que estaba la Casa de Socorros- venía tranqueando con su maletín de cuero negro.
Tan pronto estuvo en la cama, el Dr. Sánchez examinó a la mujer al tanto que le hacía preguntas y comentarios de rigor.
– Estás casi lista para “mejorarte” mujer. Mañana temprano te vendré a ver.
Ahora dejaré instrucciones para que te traigan algo de comer y descansa. La auxiliar te hará la Ficha de Ingreso. ¡Buenas noches!
– La mujer contestó al tanto que agradecía la atención.
– ¿Dónde está su carnet?
– No lo tengo ….
– Pero cómo anda sin sus documentos, insistió la auxiliar.
– Se me perdió.
– Déme su nombre completo, fecha de nacimiento y dirección.
– “Mi nombre es Blanca Leonor Acuña Riquelme, nací el 19 de Febrero de 1934
y vivo en calle República 367 de Santiago”, contestó sin titubear, con seguridad.
Tras solicitarle le repitiera algunos datos, la auxiliar anotó.
– “¿Tiene algún familiar acá para avisarle y le traigan algunas cosas?”.
– No señorita; pero no se preocupe. El médico que veo me advirtió que era
riesgoso hacer este viaje; pero vine preparada. En la maleta tengo algo de ropa. Incluso pañales y ropita de lana para mi guagua. Véala y déjela donde usted crea conveniente.
Revisó su maleta y efectivamente tenía algunas prendas de recambio y la ropita de guagua, como algunos artículos de tocador, un juego de toallas, entre otras cosas.
– “Le traeré una Sopa y algo que están preparando. Le vendrá bien …”
Después de servirse la cena y cuando ya el sueño la vencía, Blanca sintió que llegaba a la cama contigua -al parecer- otra parturienta. Cerró sus ojos e intento dormirse, pese a que algunos dolores anunciaban los primeros síntomas de un cercano parto.
Hasta casi las tres de la mañana su sueño fue medianamente tranquilo. Los dolores seguían y la fiebre hizo que empezara a susurrar palabras, a delirar cosas que eran imposibles de enhebrar, de hacerlas coherentes.
La mujer de la cama contigua dormía profundamente y así pasó casi una hora desde que Blanca iniciara su “conversación”. Muy tenue al principio, pero paulatinamente fue elevando su volumen. Pasadas las 4 de la mañana Blanca había hecho despertar a su acompañante. Asustada -sin saber si llamar a la Auxiliar de Turno- finalmente se calmó y empezó a poner oído a lo que escuchaba.
Varias veces, Blanca repitió su monólogo, mientras levantaba sus piernas entre las
sábanas, sacándolas algunas veces para el lado y mostrando sus bien formadas líneas, las que se alcanzaban a ver, silueteadas, con la luz de la galería.
Su acompañante se aprendió de memoria lo que repetía la mujer. Confundida y sin saber qué sentido tenía, se durmió después de buscarle -sin éxito- una explicación a las palabras producto del delirio.
Como a las 7 de la mañana, Blanca empezó con fuertes dolores y la Enfermera constató que estaba botando el líquido amniótico; sin embargo cerca de las 10 horas, después de un difícil parto -de primeriza- nació un sano y robusto niño que pesó 3.780 gramos y midió cerca de 42 centímetros.
Su madre, exhausta, quedó mal y debió ser llevada de urgencia al Hospital de San Fernando, sin saber si su hijo era mujercita o hombrecito.
Tres horas más tarde, la otra parturienta se mejoró. A ella se le pidió que amantara en las siguientes horas, aparte de su hijita, al niño momentáneamente huérfano.
No tuvo ningún problema en amamantar al niño cuando le explicaron que la madre había sido llevada grave hacia fuera; pero casi en forma instantánea al ver al niño, su cabeza empezó a recordar la frase memorizada y tratar de buscarle sentido.
El niño tenía claramente facciones distintas a cualquier niño chileno. Y pese a que tanto la matrona -la Pepita- como auxiliares y el Dr. Sánchez se dieron cuenta que era un niño con cara de “japonés”, no hicieron ningún comentario al respecto. Su padre -para ellos- era simplemente un ciudadano japonés.
Sin embargo, cuando se supo que Blanca estuvo delirando casi toda la noche y repetido decenas de veces: “Sé que no entenderás mis motivos, ni lo que digo; pero aunque creas que soy una mujer de vida fácil, hazme tuya. Quise venir a ver la tragedia del Tokay Maru y te he encontrado a ti. Tú debes hacerme olvidar a quien no cumplió con su promesa y me ha hecho pasar el cumpleaños más amargo y triste de mi vida. Yo te he salvado la vida, ahora tú me perteneces y quiero ser tuya. ¿Me entiendes?”
Las especulaciones y razones de todo, se concluyó -al fin- era producto de una relación entre Blanca y un tripulante japonés del pesquero “Tokay Maru” de la misma nacionalidad que en la noche del 19 de Febrero de ese año había naufragado en Punta de Lobos.
Blanca en tanto -que a esas horas seguía grave- después de varios días de inconciencia, se recuperó; pero sin esperar “el alta médica” desapareció del hospital sanfernandino. Se le buscó intensamente, pero su dirección era falsa y no existía una persona con ese nombre y cédula de identidad.
El niño más tarde fue adoptado por un matrimonio de clase media -con tres hijas mujeres, que había buscado infructuosamente un hijo hombre- lo crió como suyo y siendo muy pequeño, apenas pisó la Escuela para aprender sus primeras letras, fue bautizado como “El Japonés”.

Total
0
Shares
Publicaciones relacionadas
error: Content is protected !!