¿Por qué las personas hacemos siempre lo mismo?

En más de alguna oportunidad ocurre que el ser humano hace las mismas cosas sin pensar en cómo las está haciendo. Producto de esto, los resultados de tales acciones son bastante similares, si no cambio lo que hago no puedo esperar que las consecuencias de las acciones sean diferentes.

En el contexto de la educación esto no es diferente. Desde el mundo de los alumnos, particularmente desde su sentir y pensar, es constante la frase: “Profe, ¿por qué no me resulta este ejercicio? No entiendo…”. Quizás la respuesta rápida está en pensar que ese alumno no tiene las competencias (término de moda últimamente) para lograr dicho aprendizaje. Muchas veces la situación queda ahí.

Pero visto de otro modo, algo falta por hacer, tanto desde el rol del alumno y las acciones mentales que debe poner en práctica para llevar a cabo un ejercicio o actividad, como desde el rol del docente al poner de manifiesto cómo se están desarrollando las acciones que ese estudiante realiza (y por lo tanto estimularlo a pensar en lo que hace y cómo lo hace). Desde la teoría, se habla mucho de los procesos cognitivos, término que apunta a describir cuáles son los procesos que usamos al pensar y todas las acciones mentales que dicha tarea involucra, como la atención, la memoria, la resolución de problemas, el juicio crítico, entre otros.

Volviendo al alumno, éste debiera tener la capacidad de monitorear cómo está aprendiendo, ser capaz de darse cuenta qué hace bien y qué hace mal al llevar a cabo una tarea. Parece sencillo, pero este proceso mental – denominado metacognición – es uno de los más complejos de desarrollar. Desde el docente y las labores que debe realizar (cuestionar al alumno, estimulándolo a pensar en cómo está resolviendo problemas y ejercicios y, por lo tanto, desarrollar esta metacognición), es una tarea que abarca mucho más que la simple capacidad de memorizar un contenido y responderlo textualmente en una prueba. ¿Dónde puede estar una posible solución?

El lenguaje, lo que decimos y cómo lo decimos, es una eficaz herramienta para estimular. Algún teórico dijo alguna vez que el lenguaje es el vehículo del pensamiento, por lo tanto, crea realidades. Quizás ésa es la clave: al preguntarle al alumno cómo está llegando a un resultado, qué información utilizó para llegar a la respuesta, si se sintió cómodo en el proceso o si hubiera hecho las cosas de manera distinta, hacemos consciente algo que parece estar en el mundo de lo automático: el pensar. Las preguntas entonces se transforman en elementos reveladores de algo de lo que no se es muy consciente: cómo estoy pensando. ¿Hacer estas preguntas es parte sólo del rol del docente? No. El alumno también debe ser consiente de sí mismo, acostumbrarse a autoevaluarse, no solo del producto final, sino también del proceso, del cómo llegó a un resultado final.

Todo lo anterior no es una tarea fácil, requiere de orientación y entrenamiento guiado por del docente y motivación (además de constancia) por parte del alumno, pero las ventajas de lograr esta habilidad serán concretas y observables, no sólo en los aprendizajes sino en las actitudes de los alumnos. En conclusión, la clave para desarrollar metacognición está en el lenguaje, en lo que decimos (y en cómo lo decimos) y en lo que preguntamos (y por lo tanto, en cómo contestamos). De esta manera podremos hacer las cosas de manera distinta, ser conscientes de esa diferencia, manejarla y lograr mejores resultados en el aprendizaje.

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