Viaje al mundo rural de Pichilemu: primera parada, Cáhuil

Pichilemu es mucho más que playas, surf y olas. En sus caminos interiores, de tierra, llenos de la esencia huasa, existen muchos lugares que merecen ser visitados por los miles de turistas que concurren a la capital de la provincia Cardenal Caro durante esta temporada estival. “El Marino”, durante los próximos días, mostrará lo mejor del Pichilemu rural, ese Pichilemu que probablemente no conoces.

Botes en la laguna de Cáhuil. (Fotos: Diego Grez/El Marino)
Botes en la laguna de Cáhuil. (Fotos: Diego Grez/El Marino)
Nuestro viaje comienza en la localidad de Cáhuil, que en el idioma mapudungún quiere decir “gaviota”; un pequeño caserío ubicado doce kilómetros al sur de la ciudad de Pichilemu, seis kilómetros al sur de Punta de Lobos, junto a la desembocadura del estero Nilahue con el mar. Rodeado de bosques verdes, y de abundante vegetación, el pueblito de Cáhuil cuenta con alrededor de quinientos habitantes: personas trabajadoras, sencillas, y esforzadas.

Su laguna es altamente concurrida por aquellos que buscan una alternativa a los lugares más populares de Pichilemu, como Punta de Lobos y la playa principal Las Terrazas; conocida es por sus aguas tibias y seguras para la práctica de la natación, pesca y kayak. Desde noviembre hasta abril, es fácil también darse un paseo en bote por la laguna, a un costo bastante accesible para cualquier bolsillo. Alrededor de la laguna, existe una feria artesanal, con distintas especies a la venta, entre ellas, mermeladas caseras, figuras de greda y madera.

Las salinas en Cáhuil se encuentran insertas en un maravilloso paisaje.
Las salinas en Cáhuil se encuentran insertas en un maravilloso paisaje.
Una de las actividades más importantes de este tradicional pueblo es la extracción de sal, una tradición —podríamos decir— casi milenaria. Los primeros salineros de la zona fueron los indígenas promaucaes, quienes realizaban esta actividad incluso desde antes de la llegada de los españoles. De hecho, los mismos españoles, en tiempos coloniales, se abastecían de sal en Cáhuil, según se puede extraer de documentos del cronista Gerónimo de Vivar. Existió, paralelo al borde costero de la actual provincia de Cardenal Caro, el Camino Real de la Costa, cuyo objetivo era trasladar la producción local de Colchagua a Santiago y Valparaíso, para exportarse tanto al virreinato del Perú como al Reino de España. Un ramal de este camino, el Camino de la Sal, pasaba por San Antonio de Petrel, Cáhuil, Boyeruca y Bucalemu precisamente por la producción y comercialización de la sal, siendo esta un elemento indispensable para la preservación de alimentos y carnes.

Por la importancia de la actividad de la sal, es que Cáhuil ya es censada en el siglo XVII; en 1778 se convierte en viceparroquia, y en 1864 parroquia con sede en Ciruelos. Sin embargo, Cáhuil comienza a pasar a un segundo plano cuando lo que conocemos actualmente como Pichilemu pasa a ser el centro administrativo de la nueva comuna, de igual nombre, creada en 1891.

La sal de Cáhuil, extraída gracias a las magníficas condiciones topográficas del lugar, es un producto que cada vez toma más fuerza y valor en la región y el país. A pesar de esto, son cada vez menos quienes dedican su vida a las labores de extracción del mineral.

Poco después de pasar la antigua balsa que conectaba Cáhuil con el camino a Bucalemu, nos encontramos con unas bien cuidadas salinas. Sus esforzados trabajadores ya habían envasado un pequeño cerro de sal, que luego comercializan en sacos a los turistas y pichileminos, a bajo costo.

El exsalinero Iván Gaete, hoy vendedor de artesanías.
El exsalinero Iván Gaete, hoy vendedor de artesanías.
El exsalinero Iván Gaete atiende un quiosco de artesanía en el lugar, y generalmente se toma el tiempo de enseñarle a los turistas el proceso de extracción de la sal de mar. Aunque se queja un poco porque este año “ha estado más malo que otros años, han venido menos turistas”, señala que le enseñan a los turistas cómo se “fabrica la sal, porque hay muchos turistas que dicen saber cómo es el proceso, pero no es como le explican a los familiares”.

“Esto tiene todo un proceso, todos estos tienen su nombre. La primera etapa se llama corralón, la segunda cocedera, después zancochador, después recocedor, y cuartel. Todas tienen su función. El cuartel es el que da la sal, y el recocedor es el que la va a alimentando, ese es más o menos el proceso, dura como cuarenta días para sacar un cuaje”, nos contó.

Gaete lamentó que el oficio de salinero está “muriendo, porque hay muy poco apoyo, en todo sentido, acá como que se acuerdan en verano que están las salinas, pero cuando de verdad necesitan el apoyo no están”.

Alrededor de catorce salineros son los que aún trabajan en la zona. Antiguamente eran 160 salineros. “Todas las demás salinas han quedado abandonadas porque el sistema no es rentable, en el sentido que no hay apoyo, ya sea para arreglar las salinas, y no hay apoyo, es lenta la sal acá, por el motivo de que no hay publicidad”, comentó Gaete. Con publicidad “es posible que se volvieran a trabajar las [salinas] que están abandonadas, si existiera una cosa de exportación, o se le diera más a la sal de Cáhuil, que es sólo naturaleza”, expresó el exsalinero.

La sal cahuilina es envasada y almacenada en sacos.
La sal cahuilina es envasada y almacenada en sacos.
Mañana continuamos nuestro viaje por el Pichilemu rural, conociendo las salinas y la gente linda de Barrancas. Nuestros agradecimientos al municipio de Pichilemu, a quienes debemos la realización de esta serie de notas.

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