La gran conspiración romana: el asesinato de Julio César, sus consecuencias

“La muerte del César”, Kart Theodor von Piloty (1865) (Niedersächsisches Landesmuseum)
“La muerte del César”, Kart Theodor von Piloty (1865)
(Niedersächsisches Landesmuseum)

Cayo Julio César fue un líder romano que, sin duda, dejó un gran legado dejó a la cultura occidental. Su sorpresiva muerte, acontecida en el 44 a. d. C., ha sido tema de discusión desde entonces para los diversos autores que han dirigido su atención a este acontecimiento, y por ello mismo, existen versiones divergentes.

Para entender su muerte, es necesario conocer primero ¿quién fue, en realidad Julio César?

Caius Julius Caesar1 nació en Roma un 12 de julio, entre los años 102 y 100 a. d. C.. Hijo de Cayo Julio César y Aurelia, tuvo dos hermanas. Era una familia patricia, pero de poca fortuna. Su padre ejerció cargos públicos, como pretor, de bajo rango, según Froude (1879). Fue pariente, también, de Cayo Mario, cónsul romano. Poco se sabe de la infancia de Julio César, como puede evidenciarse en registros históricos (aunque posteriores a su fallecimiento) por Plutarco (1919) y Suetonio (1990).

Tras la muerte sin causa alguna de su padre (Plinio el Viejo, 1995), César tomó las riendas de su familia, a los dieciséis años. Desde joven, sufrió ataques epilépticos. Contrajo matrimonio con Cornelia, hija de Lucio Cornelio Cinna, quien cuando César tenía 16 años lo nombró sacerdote de Júpiter (flamen dialis). Pero al tiempo después tomó el control de Roma Lucio Cornelio Sila, quien lo relevó de su cargo. Sila lo persiguió, y aunque estuvo a punto de ser asesinado por sicarios, gracias a la intercesión de su familia maternal fue “perdonado”; Sila expropió la dote a su esposa, lo que los dejó en una situación económica difícil (Plutarco, 1919). Según este autor, la razón del odio de Sila hacia Julio César fue su parentesco con Cayo Mario.

Busto de Julio César Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Italia)
Busto de Julio César
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Italia)

Tras ostentar una carrera militar en Asia, y alejándose de la persecución de Sila, César regresó a la muerte de este último a Roma, para posteriormente lanzar una carrera política que fue cada vez, más ascendente. Pasó por cargos públicos como el de cuestor de la provincia de Hispania, edil curul en Roma, pretor urbano (praetor urbanus), hasta llegar al puesto de cónsul de Roma. Accedió a éste con el apoyo de Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso, aliados políticos de César. Con ellos, formó el Primer Triunvirato de Roma (Plutarco, 1919).

César tomó la gobernación de la provincia de Galia, con la aprobación de sus compañeros. Como cónsul, ejerció “un fuerte control sobre el Senado y otorgó estabilidad a las provincias del Imperio” romano; también “lideró la conquista de la Galia transalpina y prosiguió con su ejército hasta Germania y Britania.”, lo que valió el reconocimiento de su poderío militar, a pesar de la mala situación política por la que Roma atravesaba (Icarito, 2010)

Busto de Pompeyo Universidad de Texas
Busto de Pompeyo
Universidad de Texas

Craso murió. Pompeyo influyó en el Senado para que se le ordenara desbandar su ejército y retornar a Roma. César desobedeció al Senado, pensando que lo perseguirían. Entonces estalló una guerra civil entre adherentes de César y los de Pompeyo, quien sería vencido en la batalla de Farsalia (Suetonio, 1990).

Este período, entre la guerra civil y hasta la muerte del César, fue un período de transición entre la Republica romana y el Imperio romano (Abbott, 1901).

Con Pompeyo ya, despojado de su poder, y restaurado el órden, César logró el control indiscutido del gobierno romano. Los poderes que se entregaría fueron asumidos por sus sucesores imperiales, y además disminuyeron las atribuciones de las demás instituciones romanas (Abbott, 1901: 134).

Julio César se volvió, entonces, dictador (proclamado por el Senado como dictator perpetuo), ostentó tanto el consulado como el proconsulado, y se entregó poderes de tribuno permanentes, lo que lo volvió sacrosanto, le dio el poder de vetar el Senado y le permitió dominar el consejo plebeyo. Y así, muchos otros poderes más (Abbott, 1901: 134-135). Todo esto sumó para un final caótico, pero inesperado para quienes lo buscaron.

El Senado, compuesto en su mayoría por senadores conservadores (al igual que, en su tiempo, lo fue Pompeyo), consideraba a César un tirano y temían que éste osara autoproclamarse rey de Roma (Icarito, 2010). Esta suposición del Senado no estaba del todo infundada, pues sucedieron varios “incidentes” que precedieron a la muerte del César que insinuaron posibles acciones de su parte.

Suetonio, por ejemplo, describe en Los doce césares(1990) el siguiente pasaje:

“Regresaba a Roma después del sacrificio acostumbrado de las ferias latinas, cuando, en medio de las extraordinarias y locas aclamaciones del pueblo, un hombre, destacándose de la multitud, colocó sobre su estatua una corona de laurel, atada con una cinta blanca.

Los tribunos Epidio Maruco y Cesetio Flavo ordenaron quitar la corona y redujeron a prisión al que la había puesto; pero César viendo que aquella tentativa de realeza había tenido tan mal éxito, o como pretendía que le habían privado de la gloria de rehusarla, apostrofó duramente a los tribunos y los despojó de su autoridad; no pudo librarse de la censura deshonrosa de haber ambicionado la dignidad real, a pesar de que respondió un día al pueblo que le saludaba con el nombre de rey: “Soy César y no rey”.”

Otro suceso recabado por Suetonio como insinuatorio a la eventual autoproclamación como rey de César fue la siguiente: “en la primera reunión del Senado el quindecenviro Lucio Cotta debía proponer que se diese a César el título de rey puesto que estaba escrito en los libros del destino que únicamente un rey podía vencer a los partos.”

Plutarco (1919), por otro lado, señala: “El odio más manifiesto y más mortal contra él (César) lo produjo su deseo de reinar: primera causa para los más, y pretexto muy decoroso para los que ya de antiguo le tenían entre ojos.”

Temiendo verse “obligados a dar su asentimiento” a la proposición de Lucio Cotta, es que quienes se denominarían después Liberatores, apresuraron sus planes conspirativos contra el César.

El historiador griego Nicolás de Damasco documentó algunos de los planes de los conspiradores:

“Los conspiradores nunca se reunieron abiertamente, sino que se juntaban de vez en cuando en los hogares de cada uno de ellos. Hubo varias discusiones y propuestas, como se podría esperar, mientras investigaban cómo y cuándo ejecutarían su plan. Algunos sugirieron que deberían hacer el atentado mientras caminaba por el Camino Sagrado, uno de sus paseos favoritos.

Otra idea era que se hiciera en las elecciones, durante las que tenía que cruzar un puente para designar a los magistrados en el Campus Martius; deberían llevar montones de gente para que algunos lo empujaran desde el puente y para que otros pudieran correr y matarlo. Un tercer plan era esperar una batalla de gladiadores. La ventaja de eso sería que, debido al espectáculo, no habrían sospechas si hubieran armas preparadas para el atentado. Pero la opinión mayoritaria favoreció matarlo mientras estuviera sentado en el Senado, donde iría sin sospechas ya que no senadores no se les permite la entrada, y donde muchos de los conspiradores podrían esconder sus dagas en sus togas. Este plan ganó la batalla.” (Workman, 1964)

Marco Junio Bruto (o simplemente Bruto) fue uno de los principales impulsores de la conspiración contra el César. Bruto, quien se convertiría en Senador romano, fue hijo de Marco Junio Bruto y de Servilia Cepionis.

Busto de Marco Junio Bruto
Busto de Marco Junio Bruto

Sin embargo, Bruto apoyó a Pompeyo durante la guerra civil acontecida tras la fractura del primer triunvirato de Roma, a pesar de tener una relación muy cercana con César. Plutarco (1994) reseña así en la biografía de Marco Junio Bruto hijo: “Pero cuando la separación general (de Roma y sus provincias) se hizo en dos facciones, cuando Pompeyo y César estaban tomando armas en contra de cada cual, el imperio entero se volvió sólo confusión.” Continúa: “Se creía comúnmente que (Bruto) tomaría el lado de César; a pesar de que su padre en tiempos pasados había sido muerto por Pompeyo. Pero él, pensando que era su deber preferir el interés del público por sobre sus sentimientos propios, y creyendo que la causa de Pompeyo era la mas noble, siguió su lado”.

Aquella fue la primera traición de César. El célebre dictador, sin embargo, lo perdonó. El César, entonces, lo incluyó en su círculo más cercano y le dio algunos cargos públicos en la República romana. Pero a medida que la idea de asesinar al César cobraba fuerza entre los senadores romanos, Bruto fue sintiendo cada vez más que era su deber, también, colaborar en su muerte, por el bien de la República.

Ya acercándose al día del asesinato del César, Bruto cobró más relevancia en los eventos que precedieron a la muerte del dictador. Nicolás de Damasco señala lo siguiente sobre aquel período:

“Sus amigos se alarmaron de ciertos rumores e intentaron prevenir que fuera a la Casa del Senado, al igual que sus doctores, ya que estaba sufriendo uno de sus ocasionales ataques esquizofrénicos. Su esposa Calpurnia estaba especialmente atemorizada por algunas visiones que tuvo en sus sueños, le dijo que no lo dejaría ir aquel día.

Pero Bruto, uno de los conspiradores que se pensaba entonces era un firme amigo, llegó y le dijo: “¿Qué es esto, César? ¿Eres un hombre que le toma atención a los sueños de una mujer y las estúpidas habladurías de hombres estúpidos, y con ello insulta al Senado al no ir, aún cuando te han honrado y han sido especialmente atentos contigo? Pero escúchame, deja de lado todo lo que dice esa gente, y ven. El Senado ha estado en sesión esperándote desde temprano en la mañana.” Esto motivó al César para ir”.

Tal como Nicolás de Damasco expone en la previa cita, Plutarco señala que la mujer del César, Calpurnia, intentó advertirle de un lamentable futuro que vio a través de sus sueños: “Acostado después con su mujer, según solía, repentinamente se abrieron todas las puertas y ventanas de su cuarto, y turbado con el ruido y la luz, porque hacía luna clara, observó que Calpurnia dormía profundamente, pero que entre sueños prorrumpía en voces mal pronunciadas y en sollozos no articulados, y era que le lloraba teniéndole muerto en su regazo.”

Suetonio, sostiene una tesis distinta sobre estos sueños premonitorios; señala: “La misma noche antes de su asesinato había soñado ahora que estaba volando por encima de las nubes, y que entonces apretaba la mano de Júpiter; y su esposa Calpurnia pensaba que el frontón de su casa cayó, y que su marido fue apuñalado en sus brazos; y de repente la puerta de la habitación se abrió por sí misma.”

A pesar de todas estas razones, y con la insistencia de Décimo Bruto, el César emprendió camino al Senado “casi al final de la quinta hora”. El autor Suetonio señala que, alguien, en el camino, le entregó una nota detallándole el complot, la cual tomó con su mano izquierda para después leerla. Plutarco, por otro lado, define este momento así: “(Artemídoro) muy cerca le dijo a César: ‘Léelo tú sólo y pronto; porque en él están escritas grandes cosas que te interesan’. Tomólo, pues, César, y no le fue posible leerlo, estorbándoselo el tropel de los que continuamente llegaban, por más que lo intentó muchas veces; pero llevando y guardando siempre en la mano aquel solo memorial, entró en el Senado.”

Entonces, “después de que varias víctimas habían sido asesinadas, y él no tenía favorables presagios”, Julio César ingresó al Senado, riéndose de Spurinna, a quien llamó falso profeta, ya que “los idus de marzo² no le habían hecho daño”. Spurinna, según reseña Suetonio, le respondió que todavía faltaba por llegar el destino.

La muerte de Julio César (Vincenzo Cammucini) (Galleria Nazionale d’Arte Moderna)
La muerte de Julio César (Vincenzo Cammucini) (Galleria Nazionale d’Arte Moderna)

Cuando tomó asiento el César, los conspiradores se le acercaron “como para darle sus respetos, y derechamente vino Lucio Tilio Cimbro, quien “tomaría la iniciativa”, como para preguntar algo. Suetonio cuenta que “cuando el César le hizo un gesto como para que lo hiciese después (preguntarle algo), Cimbro tomó su toga con ambos hombres; entonces, cuando el César dijo entre lágrimas, “¿por qué?, ¡esto es violencia!”, uno de los Cascas lo apuñaló justo debajo del cuello.” Plutarco al respecto indica sobre la herida inferida por Casca: “la herida que le hizo no fue mortal ni profunda, turbado, como era natural, en el principio de un empeño como era aquel”.

César, entonces, tomó el puñal de Casca y lo contuvo. Plutarco, señala que quienes no sabían de la conspiración no pudieron atreverse ni a huir ni a defender al César, “ni siquiera a articular palabra”.

Una vez que César se vio rodeado por todos, “ofendido por todos y llamada su atención a todas partes, porque por todas sólo se le ofrecía hierro ante el rostro y los ojos, no sabía adónde dirigirlos, como fiera en manos de muchos cazadores, porque entraba en el convenio que todos habían de participar y como gustar de aquella muerte”. Bruto, entonces, le propinó una herida en la ingle. Según Plutarco, algunos dijeron que César había luchado hasta que vio a Bruto con su espada. “Se echó la ropa a la cabeza y se prestó a los golpes, viniendo a caer (…) junto a la base sobre que descansaba la estatua de Pompeyo, que toda quedó manchada de sangre; de manera que parecía haber presidido el mismo Pompeyo al suplicio de su enemigo (…).” La versión de Suetonio no dista mucho de la de Plutarco, sólo añadiendo que, una vez que César vio a Bruto, le dijo: “¿Tu también, hijo mío?”.

De todas las apuñaladas que le propinaron los conspiradores, sólo una, según Antiscio (citado por Suetonio), probó ser mortal: una de las que recibió en su pecho. Los conspiradores estaban tan ansiosos de matar al César que incluso se auto-infirieron heridas.

Una vez muerto el César, el Senado salió del recinto, “llenando al pueblo de turbación y de un miedo incierto”. Roma se había convertido en un verdadero caos. Suetonio señala que los conspiradores habían querido “llevar su cuerpo al río Tíber, confiscar su propiedad, y revocar sus decretos”, pero temieron al cónsul Marco Antonio y al Magíster Equitum Lepidus.

Los conspiradores no contaban con que la muerte del César precipitaría el fin de la República, según Floro (1929). Suetonio cuenta que el testamento del César fue revelado y leído en casa de Antonio. El testamento lo realizó en la anterior idus de septiembre, cerca de Lavicum. Nombró a tres herederos, los nietos de sus hermanas. A Cayo Octavio le dio tres cuartos de su propiedad, y a Lucio Pinario y a Quinto Pedio les entregó el resto. A Cayo Octavio lo adoptó como parte de su familia, permitiéndole usar el potente nombre César. Octavio, quien posteriormente adoptaría el nombre de César Augusto, se convirtió en unos años en el primer emperador romano, dando comienzo al período conocido como Alto Imperio Romano.

Tras el funeral de César, su cremación y entierro en su futuro altar, sus asesinos difícilmente le sobrevivieron más de tres años. “Todos estaban condenados, fallecieron de varias formas – algunos debido al hundimiento de sus naves, algunos en batalla, algunos se suicidaron con la mismísima daga con la que despiadadamente asesinaron al César”. (Suetonio, 1990).

César Augusto.
César Augusto.

El “cesaricidio” no corresponde más que a un genuino golpe de Estado. Claro que algo más personificado que como sucediese en Roma anteriormente. Por ejemplo, en el caso de Tarquinio el Soberbio, quien paradójicamente también finalizó un período de la historia romana, el de la Monarquía.

La salida de Tarquinio el Orgulloso, acontecida en el 509 a. C., fue, al igual que la de César, provocada por una revuelta aristocrática. Aunque Tarquinio no fue asesinado, sino que huyó, falleciendo catorce años después de su expulsión del trono romano.

Dos patrones se repiten en esta historia: se acaba un período histórico, y la revuelta/conspiración son llevadas a cabo por aristocráticos/patricios, quienes en la Roma antigua concentraron, casi siempre, todo el poder.

Quizás, lamentablemente, la conspiración en contra de Julio César haya servido como inspiración a algunos para llevar a cabo sus propios atentados contra los gobernantes. El gran afectado en esto es el pueblo (en el caso de Roma, la plebe), y los beneficiados son los más acaudalados. La historia, en ese sentido no cambia; ha probado ser cíclica.

Notas

  1. Nombre en latín. También se le menciona como Gaius Julius Caesar.
  2. Cabe recordar que la fecha del asesinato de Julio César tenía un especial significado para la religión romana.

Referencias

Abbott, Frank Frost (1901). A History and Description of Roman Political Institutions. Elibron Classics. ISBN 0543927490.

Floro (1929). El epítome de la Historia Romana. Chicago, EEUU: Loeb Classical Library.

Froude, J. A. (1879). VI. Caesar: a sketch (César: un borrador). Oxford: Exeter College.

Huzar, Eleanor Goltz (1978). Mark Antony, a biography. Minneapolis, EE.UU.: University of Minnesota Press. pp. 79–80.

Icarito (2010), Julio César. Accedido el 27 de mayo de 2014, de http://www.icarito.cl/biografias/articulo/j/2009/12/245-485-9-julio-cesar.shtml

Montanelli, Indro (2003). Historia de Roma. Barcelona: Debolsillo. ISBN 978-84-9759-315-1.

Plinio Segundo, C. (1995). Historia natural (Naturalis historia). Capítulo 54. Episodios de muerte repentina. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 9788424916848.

Plutarco (1919). VII. The Parallel Lives. Chicago, EE.UU.: Loeb Classical Library.

–––––– (1994). Marcus Brutus. Boston, Massachussets, EE.UU.: Massachussets Institute of Technology.

Suetonio (1990). Los doce césares. Barcelona, España: Editorial Iberia. ISBN 8470820532.

Workman, B. K. (1964). They Saw it Happen in Classical Times. EE.UU.: Basil Blackwell.

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