LA TRANSFORMACIÓN DE UN ACTIVISTA QUE VIVIÓ INFANCIA EN PICHILEMU

Perfil de Andrés Ignacio Rivera

La transformación de un
activista

 

Por: Camilo E. Umaña
Hernández/Especial para El Espectador (online)

El primer hombre transexual que, sin operación de readecuación sexual,
obtuvo en Chile reconocimiento legal de cambio de nombre y sexo.

 

Andrés Ignacio Rivera Duarte
dice haber nacido dos veces: cuando fue dado a luz por su madre y cuando obtuvo
reconocimiento legal de su identidad de género.

***

El 27 de enero de 1964, en una
zona rural de Chile, María Georgina Rivera Duarte vería la vida en una familia
compuesta por un amoroso matrimonio de demócratas cristianos, y dos hermanos
que esperaban la llegada de la niña de la familia. Fue recibida “en gloria y
majestad”, dice hoy Andrés, su nueva identidad.

La madre era ama de casa y el
padre, trabajador de las oficinas de impuestos, un incansable funcionario
público que por su cargo fue frecuentemente trasladado a diferentes zonas del
país.

Uno de esos viajes llevó a la
familia Rivera Duarte a Pichilemu, ciudad costera de Chile en donde María
Georgina inició su enseñanza básica. Sus padres, procurando la mejor educación,
la ingresaron en una institución de monjas. Allí empezó a despertarse una
sensación de inconformismo: sentía que no era niña. Era muy inquieta y la
relación con sus compañeras era brusca, “en parte porque era el único hombre
encubierto”, dice Andrés con una sonrisa.

En una ocasión, cuando tenía
cuatro años y siguiendo los cánones institucionales, le enviaron con vestido al
colegio. Cuando llegó a su casa, incómoda y molesta, enhebró una aguja y
comenzó a coser la falda por la mitad. Su abuela al verla le preguntó qué
hacía. Ella respondió: “No quiero una falda, quiero un pantalón”. La abuela le
ayudó a terminar de coser el vestido, sin preguntar más.

Comenzó a asistir a clases con
su pantalón hechizo. Sus conflictos de identidad aumentaban cada día, pues no
cumplía con los modelos femeninos. “Mientras me regalaban jueguitos de tacitas
y cocina, a mi hermano le daban pista eléctrica de trenes o autos. Eso era lo
que yo quería tener”.

Para 1973 iniciaría la
dictadura de Augusto Pinochet. La convicción democrática y de izquierda le
valió a la familia Rivera Duarte represalias. El padre fue trasladado y
finalmente llamado a retiro por cuenta de su afiliación política. En medio de
la crisis María Georgina ingresó a un colegio mixto donde se sentía más cómoda.
Desde ese momento se afiliaría a las juventudes de la democracia cristiana,
donde impulsaría el movimiento “No contra la dictadura pinochetista”.

Adquirió un liderazgo político
en el cual se refugió. Las reuniones subrepticias y la necesidad de permanecer
ocultos, hacían que María Georgina pudiera refugiar su verdadera identidad en
una relación con la sociedad que se limitaba a lo político.

En la juventud llegó la hora de
escoger una formación universitaria. Consciente de la discriminación social por
su condición, pensó en optar por la carrera que le generara la menor exposición
posible. “Los niños te quieren o te odian, pero no por cómo te vistes, ni por
cómo hablas o caminas, sino por cómo eres como ser humano”. Eso la llevó a
estudiar educación parvularia. Se esforzaba en ser la mejor estudiante. “Eso me
protegía lo masculino que era”. Rápidamente fue llamada a dictar cátedra.

A los 22 años la presión social
la llevó a salir con un amigo. Nadie sospechaba que su novio era realmente
homosexual. De esa forma ambos eludían los juicios. “Cuando salíamos juntos era
chistoso porque él miraba hombres y yo  mujeres”, dice entre risas.

Bajo esa “fachada” constituyó
una empresa de consultorías de proyectos que tuvo un amplio reconocimiento en
la región. A esas alturas, ni en Chile ni en América se discutía el tema de la
transexualidad. Era un fenómeno más que segregado, inexistente. En ese
contexto, comenzó a investigar de la mano de una psicóloga. Así se encontró con
un texto en inglés que relataba la historia de una mujer que había hecho el
tránsito hacia la transexualidad. “Yo soy esto, esto es lo mío, ¡esta es mi
verdad! Estaba eufórico porque a los 30 años había descubierto lo que era”.

Desde ese momento, luego de
algunas evaluaciones psicológicas, comenzó a informarse más y a indagar sobre
intervenciones quirúrgicas que pudiera practicarse. En 2002 su padre falleció
entre sus brazos luego de agonizar a causa de un cáncer. “Me enfrenté a la
muerte y me di cuenta de que al anularme me estaba matando en vida”.

Fue esta situación la que la
llevó a iniciar una transformación física. En octubre de 2002 se practicó la
mastectomía (extirpación quirúrgica de las mamas). “Eso fue liberador”, dice
con voz de alivio. Su primera experiencia fue en la playa, de donde se había
aislado por años porque le repelía la idea de ocultar y al mismo tiempo exhibir
sus senos: “Un día de invierno, cuando me dieron el alta, yo era el único que
me estaba bañando. Todo el mundo estaba entumido, pero yo era casi un delfín en
el mar. En esa agua que me había sido esquiva por tantos años”.

Luego vino la extracción de su
útero, ovarios y trompas. Comenzó un programa de tratamientos hormonales que le
dejó secuelas en su salud, pero que reestructuró su masa corporal y cambió
ciertos rasgos de su rostro.

Todos estos cambios físicos,
sin embargo, no generaron cambios sociales tan fuertes como el que ocurriría a
sus 38 años, cuando decidió participar en un programa de televisión de amplia
difusión que tocaba temas médicos. “Llegamos a un acuerdo. Mi cara no salía al
aire, las grabaciones eran del cuello hacia abajo”. A los pocos minutos de la
transmisión, comenzaron a entrar llamadas a sus teléfonos. Lo habían reconocido
por su voz y sus gestos. “A esas alturas, negarlo era absurdo. Dije: ‘Sí, yo
soy’”.

Ese hecho tuvo muchos impactos
en su vida. “Cometí el error de no hablar con mi familia antes. Debí haber
conversado con ellos”. Su núcleo cercano no reaccionó bien. Su empresa fue
expulsada de las instancias gubernamentales en las que participaba. Sin empleo,
consumió sus ahorros y comenzó a vender sus pertenencias. De vivir en una casa
pasó a arrendar una modesta habitación, pero el dinero se agotó. Por meses tuvo
que recoger comida en las calles.

Esto lo sumió en una crisis
profunda, cayó en el alcoholismo y tuvo un intento de suicidio. Desde ese
momento y durante tres años recibió atención psicológica y psiquiátrica. “En
ese periodo conocí la miseria humana y no era la mía. Fue una experiencia
fuerte, pero muy alimentadora para lo que soy hoy. Vivir límites así te enseña.
Y cuando te paras, lo haces con una mirada diferente. Eso me pasó y lo
agradezco”.

Todas estas experiencias
propiciaron el acercamiento de muchas personas que estaban viviendo la misma
realidad. En el edificio que habitaba, cinco transexuales y otras diez personas
solidarias de su causa decidieron conformar una organización. En 2005 se
constituyó la Organización de Transexuales por la Dignidad de la Diversidad.

Su vida comenzó a cambiar. En
2006 Andrés se hizo novio de Rosa Carolina, una mujer de 29 años que se había
divorciado de un esposo maltratador con quien había concebido dos niños. El
proceso de aceptación de la relación fue difícil. Rosa Carolina sufrió la
lejanía de su familia y el cuestionamiento social. Tuvo que enfrentarse a un
pleito por la custodia de sus hijos, porque su padre biológico consideraba que
estar en presencia de Andrés era un mal ejemplo.

Andrés cuenta que, más allá del
prejuicio social, una de las pruebas más duras que tuvo que enfrentar fue
hablar de su orientación con los hijos de Rosa. La sugerencia de la psiquiatra
había sido tratar el asunto abiertamente. “Les dije a los niños: ‘Miren, tengo
que hablar con ustedes de un tema personal’. Entonces uno de ellos me
respondió: ‘¿Qué es lo que tienes que hablar con nosotros? Sobre por qué usas
billetera de hombre, zapatos de hombre y por qué te cortas el pelo como hombre,
y en tu casa hay perfumes de hombre’. Los niños sabían todo. Entonces les dije:
‘Sí, lo que pasa es que yo soy más hombre’. Y ellos me contestaron: ‘Bueno,
pero si eso ya lo sabíamos’ ”. En ese momento les anunció que estaba iniciando
un proceso legal para cambiarse de nombre.

Aún sin operación de
readecuación sexual (todavía con órganos sexuales femeninos) en el año 2007
Andrés obtuvo legalmente su cambio de nombre y de sexo después de un complicado
proceso judicial. “En mi caso demostré que psicológicamente soy hombre, que lo
más importante es cómo es el ser humano, no los genitales que tiene, ni cuánto
miden”.

Bajo su nueva identidad legal
el 12 de enero de 2008 contrajo matrimonio con Rosa. Sus niños se han
desarrollado con un criterio especial: discuten las noticias, rebaten a los
profesores con argumentos y saben que “cómo son las personas físicamente no
tiene relación con lo que son realmente”.

Así, Andrés ha logrado nacer
por segunda vez, dirige la organización de Transexuales por la Dignidad de la
Diversidad (a finales de 2010 conformada por 110 personas), y diariamente lucha
por lograr una sociedad incluyente y respetuosa en la que, en sus palabras,
“todas las personas seamos plenamente humanas”. Después de este proceso se
considera una persona feliz. “He ganado fe y fuerza en mí. Creo en mí. En lo
que he construido y en lo que soy ahora”. Desde Rancagua, sueña con dedicar
hasta su último respiro a la construcción de la sociedad que anhela. En su
vejez se ve tomado de la mano de su esposa, bebiendo un buen vino chileno.

Violencia
contra comunidad LGBTTTI, a debate

La organización de transexuales
por la Dignidad de la Diversidad, que dirige el chileno Andrés Ignacio Rivera
Duarte, estuvo presente en la Coalición de organizaciones LGBTTTI (Lesbianas,
Gays, Bisexuales, Travestis, Transexuales, Transgénero e Intersex) de América
Latina y el Caribe, conformada por grupos de más de 20 países y celebrada el
mes pasado en San Salvador.

Uno de los principales temas
discutidos en este encuentro fue la necesidad de seguridad de esta población,
afectada por la violencia y los crímenes por la homofobia, lesbofobia y 
especialmente la transfobia, según hace referencia un documento oficial del
encuentro.

“Cada año miles de niños y
adolescentes en la región son expulsados de sus hogares por razón de su
orientación sexual o su identidad y expresión de género. Son víctimas de
agresiones (…), son excluidos del sistema educativo, del acceso a un trabajo
digno, a la salud, a la seguridad social”, denunció la Coalición.


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