Reportaje de actualidad

Deseosos de participar á nuestros lectores las impresiones que ha producido en la Comuna la publicación de El Cometa, nos resolvimos á reportear sobre el punto a dos conocidos caballeros de este pueblo, porque nos parecía que representaban las dos grandes corrientes de opinión, en que jeneralmente se agitan los hombres.

Damos en seguida el resultado de nuestras entrevistas, sin añadir, ni quitar una tilde, debiendo sí llamar al uno don Plácido y al otro don Valiente, para no dar por ahora el verdadero nombre de nuestros dos amigos.

Entramos en materia.

Repórter.—Mi señor don Plácido; buenas tardes.

D. Plácido.—Buenas se las dé Dios, querido amigo. ¿En qué puedo servirle?

R.—Soy Repórter de El Cometa y vengo comisionado por la Dirección del periódico, para pedir á Ud. se sirva manifestarle su opinión, franca y sin escrúpulos, acerca de la publicación, si es que ya la ha leído, como lo creo, el primer número.

D. P..—Pues bien, sin más auto ni traslado, yo digo á Uds. que han violado con crueldad,—óigalo bien,—han violado con crueldad el Programa que ustedes mismos se tormaron y con el cual quisieron engañarnos.

R.—Pero, vamos por partes, mi señor don Plácido; no nos condene Ud, á velas apagadas. ¿Estima Ud. que la publicación del periódico, con su escogido material de lectura y con su limpieza de impresión, es un adelanto para la Comuna? ó por el contrario ¿lo considera un retroceso, digno de condenación y desprecio?

D. P.—Ni lo primero, ni lo último, joven; mas, me inclino á creer que no debe seguir publicándose, y que nada se obtendrá con el ataque brusco,—y perdóneme Ud.,—grosero, que en él se hace á determinadas personas.

R.—Evita Ud., Don Plácido, las respuestas directas, y se sale por el atajo. Le seguiré á donde Ud. va: ¿á quién se ha atacado en El Cometa, en su vida privada, en sus relaciones sociales, ó en el sagrado recinto del hogar? Ud. nos insulta, sin razón, y me atrevo á creer que no ha leído con detenimiento el periódico.

D. P.—Créame que lo he leído diez veces; pero á cada nueva lectura, comprendo mejor la gran temeridad de Uds. No se dicen las cosas, con ofensa de personas, que á la vuelta de cada esquina nos han de poner mala cara.

R.—¿Podría hacerme Ud. la gracia de anunciarme un cargo concreto contra lo que escribimos en el primer número? Si Ud. no lo conserva, aquí traigo yo otro ejemplar.

D. P.—Perdone que no le complazca; no quiero que pasen por mi boca los insultos que Uds. han dirijido á personas honorables. En cuanto al periódico mismo, lo guardo bajo llave, como quien tiene una arma peligrosa.

R.—Estoy ya satisfecho don Plácido. Me llevo su opinión, que era todo lo que necesitaba; espero que siga recibiendo El Cometa, aunque sea para ocultarlo, y me despido de Ud. hasta muy luego.

D. P.—Hasta luego, y no olvide mi dirección.

Llegamos donde Don Valiente. Estrujaba en aquel momento entre sus manos el primer número de El Cometa. Temimos seriamente de su actitud, y preguntamos con timidez:

Repórter.—¿Se puede entrar, señor? Tenemos un asunto importante de que hablarle, si no le fuéramos molestos.

Don Valiente.—Bienvenido sea Ud. mi buen amigo; me encuentra á sus órdenes.

R.—Tengo encargo de la Dirección de El Cometa para pedirle su opinión acerca del periódico…

D. V.—¿Y qué puedo decirle, sino que merecen Uds. los aplausos de la Comuna entera, por la magna obra que se han echado á cuestas? La impresion es magnífica; nunca habíamos visto por estos mundos, en un periódico, una claridad tan notable en los tipos y un conjunto tan interesante de noticias lugareñas. Uds. han merecido bien de la patria; quiero decir, de nuestra tierra.

Vea Ud. con cuántas ansias he leído y releído, de punta á cabo, la pequeña hoja, que ya la tengo casi desecha. Deberían mandarle á uno dos ejemplares de cada número, uno para saborear la lectura, y el otro para la colección.

Pero disculpe Ud., no todo ha de ser alabanzas. Lamentaba en este momento que no hubieran aplicado desde luego el cauterio á todas las llagas del pueblo.

R.—Se nos dice, señor, que hemos sido crueles en algunos artículos, y que hemos atacado á las autoridades en términos inconvenientes y vedados para el periodismo.

D. V.—Es vedada para el periodista la intimidad del hogar, los actos personales que no tienen relación con el público, ni consecuencias perniciosas para la sociedad. Uds. han sabido mantenerse á respetuosa distancia de esta órbita prohibida; han hecho muy bien.

Pero los actos de las autoridades, los hechos que tienen relación con el público, son el blanco natural, el alimento propio de la prensa. ¿Se querría que un mal empleado, un pésimo administrador de los dineros del pueblo, ostentase, en su beta de funcionario, las más feas roturas, y que la prensa no tuviera el derecho de pasarles unas puntadillas, ó de arrojarles un pedazo de trapo para medio cubrirlas? Sería un puesto demasiado cómodo el de los cargos públicos, y una detestable cobardía la del periodista del silencio….

Yo no concibo, mi amigo, la prensa muda, la prensa amordazada para la propaganda del bien, y para la persecución del mal. Para eso más le valiera no haber levantado la cabeza.

Prosigan, mis buenos amigos, y azoten fuerte.

R.—Mil gracias, Don Valiente; veo que Ud. aprecia como nosotros el papel que corresponde á un periódico, en medio de la actual sociedad, y que aún deseara se recargasen un tanto los colores. Su opinión nos compensa muchos desalientos. Seguiremos luchando, como hemos empezado. Hasta luego, señor.

D. V.—Hasta muy pronto, y que Dios los ayude.

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