Chichi: enemigo público número uno

Tal vez muchos no me recuerden. Ha pasado un largo trecho desde aquel lejano agosto de 2015, en que apuntaba mis dardos contra la concejal Andrea Aranda. Razones había de sobra, pero con el tiempo me he dado cuenta que Aranda no era el enemigo del pueblo pichilemino. Mal que mal, no fue a la reelección y no la vimos más. El enemigo público número uno viste de traje y finge sonrisas, reparte subvenciones y quiere ser alcalde de nuevo.

Aunque se encuentran más lejanos esos oscuros días de la década pasada, en que Pichilemu era el centro de la controversia y en que tuvimos una decena de distintos alcaldes, estos cambios dieron como resultado una aparente tranquilidad. Una tranquilidad que no deja de ser inquieta, porque algo no está bien, y lo sabemos todos quienes habitamos este costero trozo de tierra. Vivimos bajo la supuestamente exitosa gestión de una persona que dice ser socialista, pero socialista con él mismo.

Hace casi diez años, mediante artimañas y juegos sucios, nuestro cordial amigo —a quien llamaremos cariñosamente Chichi—, acompañado por un antro de delincuentes de cuarta, lograron sacar al pinochetista que, para bien o para mal, había sido legítimamente electo como alcalde de Pichilemu. Y ahí se quedó él, en un cargo que siempre había querido, que nunca le habían confiado y que le queda grande y falto de estética como el poncho que suele usar para fiestas patrias.

Ha sido una década infame. Llena de mentiras, de esas que los pichileminos en general tienden a ocultar y enterrar bajo diez metros de mierda. “Total, él ha hecho mucho por la comuna”. “Ha sabido gestionar”. Es posible: la municipalidad de Pichilemu ha concretado avances, sí. ¿Es correcto personalizarlo? No. Allí trabajan decenas de funcionarios que realmente hacen el trabajo para que se les paga con dinero de todos los chilenos; aunque también es cierto que hay varios pérquines que solo van a sentarse los sábados en la feria libre para cobrar horas extras sin hacer nada. La alcaldía de Chichi ha sido una afortunada coincidencia. El Gobierno Central y Regional han puesto en esta capital provincial sus recursos y esfuerzos en embellecerla. ¿Puede aquello deberse exclusivamente a Chichi? No.

Chichi, que ni siquiera ha presentado programas de gobierno (por lo que ni siquiera tenemos la posibilidad de analizar si ha cumplido con alguna promesa de campaña, porque no presentó ninguna), es un vulgar mentiroso. Además de eso, es un corrupto, ni más ni menos que sus predecesores. No olvidemos que zafó jabonado de un juicio, “sobreseido” pero no declarado inocente, por falsificación de un decreto que permitió pagar varios millones al concesionario de la basura, otro conocido corrupto local. ¿Ya se olvidaron, también, del cheque de los 47 millones? Yo no.

El Chichi, nuestro cordial amigo, además es un cobarde. Porque utiliza a otros para perseguir a sus enemigos políticos, muchas veces sin que haya el más mínimo acto de provocación. La última fue el invento de una foto que supuestamente publicamos, acusando a un tipo de violación, y que resultó no tener nada que ver en el asunto. Han hecho de la injuria y la calumnia su modo de vivir. Para eso ha adiestrado perros como la adúltera pareja de su hermana o un conocido vago que paradójicamente “trabaja” en la Inspección del Trabajo. O quizás el asesino condenado que lleva sus mismos apellidos. De eso vive el Chichi.

¿Podemos hablar de un gobierno local pulcro si es comandado por una persona de tan bajos instintos? Creemos que la comunidad pichilemina no es estúpida. Hemos sido gobernados por estúpidos, eso sí, durante décadas. De nosotros depende decir basta.

Thú Béllákítháááá Bn Súvbérsívááááh.

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