El primer quiosquero de Santa Cruz: una historia de esfuerzo

Mario Cañete FaríasMario de Jesús Cañete Farías nació el 4 de julio de 1912 en Palmilla. Desde joven estuvo dedicado a la agricultura, especialmente en las tierras de sus padres, Juan de Dios Cañete y Magdalena Farías, en La Finca de Isla de Yáquil. Juan Cañete también fue llavero (administrador) del fundo Nenquén, y en sus ausencias, ocupaba su lugar su hijo Mario.

Arraigado a las creencias católicas, a fines de la década de 1930 contrajo matrimonio con la joven Berta Sotelo Escudero, nacida en 1921, oriunda de La Patagüilla. Ana, nacida en 1939, fue la primera de más de una decena de hijos. La numerosa, pero humilde familia, se asentó en el sector de El Tambo.

Por los años 1950, su esposa Berta, preocupada por los bajos ingresos familiares —correspondientes principalmente a los trabajos que desempeñaba Mario en el campo—, le sugirió buscar la forma de trabajar en Santa Cruz, lugar donde, además, deberían irse sus hijos mayores a proseguir sus estudios. Surgió entonces la intención de instalar un local en la ciudad.

Cañete, quien conoció Santiago en los ’30, recordaba aún esos pequeños y pintorescos locales donde comercializaban desde diarios hasta flores: los quioscos. Se lo contó a su esposa, y les pareció tan buena idea, que pronto acudió al alcalde de la época, Raúl Fernández, solicitándole autorización para instalar uno, el primero de la comuna, petición que fue concedida.

Consultado por el alcalde sobre qué lugar elegiría para ubicar su quiosco, Cañete respondió claramente: “Frente a donde se va a construir el hospital nuevo”. En la avenida Errázuriz, específicamente en la esquina norte de la actual estación bencinera.

Mario Cañete Farías 2Con sus pocos recursos, construyó él mismo su local con madera, pintándolo de verde. Era de 1,5 x 1,5 metros. Allí vendía frutas, bebidas gaseosas y pan, que traía de la panificadora. Con los años, incluyó en su negocio la venta de cigarrillos, leche y quesos de Lihueimo.

Debido a que el canal que había a orillas de la calle se rebalsaba cada invierno, inundando de paso el kiosco, Cañete lo reconstruyó y expandió a 4 x 4 metros, en los años 1960. Instaló bajo la nueva construcción unos durmientes que Ferrocarriles había dado de baja, que le permitieron evitar cualquier tipo de inundación. Incluso, pudo acomodar una cama para su descanso o pernoctación.

Curiosamente, el quiosco no tenía nombre, siendo conocido como “el quiosco frente al hospital”. Incluso, se le asignó numeración.

Hubo tiempos en que Cañete no trabajaba el quiosco, dejándolo a cargo de sus hijas mayores Ana, Elisa “Tuca” o Berta “Pachala”. Entonces, Cañete arrendaba tierras a Quirino Vargas, en el excallejón Cabello; para ser más específico, frente al actual consultorio. Allí sembraba, generalmente a medias con Vargas, papas, sandías, melones, maíz, cebollas, zapallos y porotos. Como medio de transporte usaba su caballo o una carretela, popular por ser la única que tenía techo.

Tras la muerte de su esposa, el 25 de noviembre de 1962, se casó con Sabina Marabolí. En 1965 trabajó en la Vega chica de Santiago, pero decidió volver a Santa Cruz. Sus hijas se casaron, y no había quién se hiciera cargo del quiosco, excepto él. Laboró allí hasta 1993, cuando se hizo el ensanchamiento de la avenida Errázuriz. El alcalde Héctor Valenzuela le solicitó a Cañete, ya octogenario, retirar su local hasta que los trabajos terminaran.

Sin embargo, tras ser completados, se conoció la instalación de una estación bencinera en el lugar. El quiosco de Cañete sería un obstáculo para la salida de los vehículos. El alcalde Valenzuela le prometió reubicar su quiosco en donde Cañete deseara. Después, le sugirió entregarle una patente para que se instalara en su casa, del callejón Lo Castro, hoy Avenida la Concepción.

Siempre queriendo mantenerse activo, para que no le faltara —su pensión era más bien, penosa— acogió la sugerencia del alcalde, y construyó, con ayuda de su hija Carmen, un pequeño local contiguo a su hogar, que trabajó hasta 2002, cuando por problemas familiares y su mala salud, se retiró a Pichilemu a vivir con la familia de ella.

En 2007 retornó junto a ellos a Santa Cruz, falleciendo mientras dormía, la mañana del 1 de octubre, a los 95 años.

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