El mar

Tomás Mann

¡Oh, mar! Nos hallamos sentados lejos de ti y en íntimo contacto contigo; dirigimos hacia tí nuestros pensamientos, nuestro amor al invocarte momentáneamente en voz alta.

Tú debes estar presente en nuestro relato como lo has estado siempre y como lo estarás siempre en secreto. Desierto sibilino, gris pálido, lleno de humedad amarga cuyo gusto salino perdura en nuestro labios.

Marchamos sobre un suelo ligeramente elástico, sembrado de algas y de pequeñas conchas, los oídos envueltos por el viento, ese gran viento vasto y dulce que recorre el espacio libremente, sin freno ni malicia, y que aturde dulcemente nuestro cerebro. Marchamos y vemos las lenguas de espuma del mar que empuja hacia adelante, y ronca y que retrocede de nuevo, que se extiende para lamer nuestros pies.

La resaca hierve: ola tras ola va a chocar con un sonido claro y ensoberbecido, rumorea como un seda sobre la arena llana, aquí lo mismo que allá abajo y más lejos, sobre los bancos de arena y ese rumor lo llena todo, bordonea dulcemente, cierra nuestros oidos a toda otra voz del mundo. De “La Montaña Mágica”.

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