¿Se está sobreprotegiendo a los niños del mundo real, mientras se los expone sin filtro al mundo virtual?
En lugar de trepar árboles, caerse o ensuciarse en el parque, muchos niños pasan horas frente a pantallas, donde los verdaderos riesgos invisibles e intangibles se desarrollan en silencio.
Las preocupaciones de padres y cuidadores son comprensibles. Nadie quiere ver a un hijo lastimarse o correr peligro. Sin embargo, como plantea el psicólogo social Jonathan Haidt en su libro Generación Ansiosa, proteger en exceso a los niños de los riesgos físicos propios del juego libre puede ser más dañino que beneficioso.
La clave de este argumento radica en un concepto poderoso: la antifragilidad. A diferencia de algo frágil, que se rompe con el estrés, lo antifrágil se fortalece al enfrentarlo. El cuerpo humano, el sistema inmune y también el carácter de un niño funcionan así: necesitan pequeñas dosis de incertidumbre, riesgo y desafío para desarrollarse plenamente.
Haidt recupera investigaciones como las de los noruegos Ellen Sandseter y Leif Kennair, quienes concluyen que “las experiencias emocionantes tienen efectos antifóbicos”. Es decir, los niños vencen sus miedos enfrentándolos, no evitándolos. Cuando un niño trepa una estructura alta en el parque o intenta deslizarse por una pendiente más empinada con su patineta, está desafiando sus propios límites. Lo hace porque su cuerpo y mente le piden crecer.
Este tipo de juego que puede parecer imprudente a ojos adultos es en realidad una etapa esencial del desarrollo emocional, cognitivo y motor. Y sin embargo, muchas veces es interrumpido por advertencias como “¡bájate de ahí!” o “¡te vas a caer!”. Paradójicamente, esos mismos niños pueden volver a casa y pasar horas navegando en redes sociales sin supervisión, donde enfrentan amenazas más serias y difíciles de detectar: comparaciones constantes, ciberacoso, exposición a contenidos nocivos y una vida digital que condiciona su autoestima.
Aquí solo vemos un diseño de juego extremadamente seguro que ofrece pocas oportunidades para que los niños aprendan a NO hacerse daño
¿Estamos mirando al lugar equivocado? ¿Estamos más preocupados por una rodilla raspada que por un algoritmo que les dice cómo deberían verse o comportarse?
No se trata de abandonar los cuidados, sino de replantear qué entendemos por protección real. Tal vez proteger sea también permitir. Permitir que se equivoquen, que se caigan, que aprendan. Que vivan el mundo físico con todas sus texturas y desafíos.
En definitiva, los niños no necesitan entornos libres de riesgos, sino entornos seguros para asumirlos. Y eso, más que limitar, implica acompañar.
Eugenio Fierro es Preparador Físico “Egresado destacado del año 2021” (Santo Tomás, Rancagua, Chile) Conferencista del equipo High Fitness.