En las comunas costeras de de O’Higgins, lo básico es un lujo. Agua potable, conectividad, salud, educación. Derechos en Santiago. Favores, si acaso, en La Estrella, Paredones o Navidad.
A 200 kilómetros del Congreso, el Estado se disuelve. Solo queda la costra del abandono. Donde el país prometido no llegó. O peor: donde llegó solo para algunos.
Mientras usted lee esto en su celular con 5G, hay familias en Rincón de Yaquil o Cutemu que deben subirse a un cerro para que entre una rayita de señal. Hay niñas que estudian con fotocopias porque su escuela multigrado no tiene internet. Y hay abuelas que esperan tres meses por una hora médica en una posta que abre dos veces por semana.
Pero el drama no es nuevo. Es estructural. Y tiene nombre: Estado ausente, privados omnipresentes.
Más del 58% de los habitantes rurales de Paredones y Navidad depende del camión aljibe. No porque no haya agua. Porque el agua tiene dueño. En La Estrella, la última inversión pública en caminos básicos fue en 2021. Desde entonces, barro en invierno, polvo en verano. En Marchigüe, más del 40% de las viviendas rurales tiene baño fuera de la casa. En pleno 2025. En el país de las apps y las tarjetas de prepago.
Chile digitaliza, la Costa parcha. Chile planifica, la Costa pide permiso. Chile debate sobre inteligencia artificial y economía circular, pero aquí ni siquiera hay conexión estable para un Zoom escolar.
Mientras el Gobierno Regional de O’Higgins gastó más de $2.300 millones en proyectos deportivos en comunas urbanas, proyectos de agua potable rural para Cardonal, La Palmilla o El Rosario siguen en carpeta. Le llaman “ejecución presupuestaria”. Aquí le llaman cinismo.
Porque el agua está. El recurso está. Pero los derechos, no. La lógica es brutal: si eres un agroexportador, puedes regar 100 hectáreas de paltos. Si eres un vecino de San Vicente de Litueche, esperas la fila del aljibe. Si eres un inversionista con conexión, compras parcelas de agrado. Si eres una familia local sin lobby, esperas a que te incluyan en el sistema APR… algún día.
La costa de Colchagua vota. Pero no decide. Participa, pero no gobierna. Aporta, pero no recibe. La política pasa por aquí en campaña. Con camisa arremangada, sonrisa ensayada, y el eterno discurso de que «ahora sí que sí».
Pero nunca es sí. Siempre es después. Después del APR de Lolol. Después del Cesfam de La Aguada. Después del camino de Cáhuil. Después de las elecciones. Siempre después.
El abandono no es casual. Es funcional. Le sirve a los que lucran con la precariedad. A los que no quieren que llegue el Estado, porque eso significaría dejar de tener el monopolio del agua, del suelo, de la decisión.
Porque aquí, donde no hay Estado, mandan otros. Los parceleros que compran a precio de huevo. Las empresas forestales que secan la tierra. Las familias que aún reparten poder como si fuera 1823.
Y mientras tanto, la gente resiste. Organiza comités, junta firmas, presenta proyectos. Pero el sistema está hecho para cansarte. Para que renuncies. Para que te vayas a vivir a Rancagua o a Santiago. Para que dejes el territorio libre para el negocio.
No es que el Estado no llegue. Es que decide no llegar. Porque si llegara, tendría que garantizar derechos. Porque si llegara, tendría que escuchar. Y porque si llegara, tendría que incomodar a quienes hoy mandan sin ganar elecciones.
Chile necesita justicia territorial. No caridad de programas FOSIS. No migajas en fondos concursables. No discursos del delegado presidencial que viene una vez al año a tomarse un café con la prensa.
Justicia. Agua garantizada. Caminos dignos. Internet que funcione. Médicos estables. Escuelas modernas.
¿Tan revolucionario suena eso?
Lo que hoy es rabia, mañana será organización. Y lo que hoy es abandono, puede ser poder. El país ya no resiste más parches: necesita cirugía mayor.
Porque si no hay justicia para la costa, entonces Chile entero es un país a medias.
IVO CASTILLO OSORIO
ADMINISTRADOR PÚBLICO.