Un juez imposible

Conocidos de todos son los actos atrabiliarios del juez de subdelegación, don Bernardo Montero, y aunque están ya con la vindicia pública, no queremos sin embargo, guardar silencio para darlos á la publicidad con nuestra solemne reprobación y con algunos detalles que talvez han podido escaparse á nuestros lectores.

Hace un año que al señor juez don Bernardo Montero le robaron unas aves. Las sospechas recayeron en Juan Leiva B. y Marcos Salinas. Bastaron ellas para que el señor Montero despachara orden de prisión contra estos individuos y, una vez ejecutada, fueran conducidos á la propia casa del juez. Después de algunos días de permanencia, flageló allí al primero tan inhumanamente, que es fama entre la gente menuda que el muchacho Juan no tiene hoy la misma cutis con que vino al mundo. Y como si esto fuera poco, lo condenó á diez días de prisión y á diez pesos de multa, á beneficio municipal, corriendo la misma suerte su compañero Salinas.

Esta es una etapa de la vida del señor Montero. Continuemos, que las que siguen serán más vivas y coloridas.

A mediados de Julio último, con motivo de haberse presentado Genaro Rodríguez ante el juez de subdelegación, señor Montero, haciendo denuncia de un robo que se le había hecho, sin más auto ni traslado, dictó el famoso decreto que ya conocen nuestros lectores.

En el mismo día en que la policía capturaba á los individuos, el juez se ausentaba de la subdelegación y poco después el primer alcalde, don Lindorfo Montero; quedando en su lugar, por no haber segundo, el tercero, don Efraín Cabrera Muñoz. Los reos estuvieron toda la semana de ausencia de los señores Monteros en la prisión, en la forma que expresa el decreto. Transcurrida ella y no habiendo vuelto á la subdelegación el señor Juez, el alcalde señor Cabrera, sin duda para no echarse una responsabilidad, ordenó la remisión de los reos al señor juez Letrado.

El octavo día, á contar desde la captura de García y Marambio, llegó á nuestro pueblo el señor juez de subdelegación, encontrándose con la para él amarguísima noticia de que el día anterior se había ordenado la traslación de los reos á Vichuquén. Tanto desagrado y tanta indignación produjo en su ánimo esta remisión, que dejó escapar de sus labios, en tono nerónico, estas palabras: «no me retiraré de Paredones sin que antes azote á Efraín Cabrera y Luis Fuenzalida».

Tal vez nuestros lectores podrán creer que estas palabras fueron hijas de un arrebato involuntario y que, una vez recobrada la calma, los sentimientos humanitarios hicieron olvidarlas. Pero nó; la conducta posterior del señor Montero llevó por divisa el cumplimiento de este terrible anatema. Y efectivamente, la tarde del 26 de Julio, saliendo de las propiedades que actualmente arrienda el señor Cabrera, percibió que el señor juez venía en dirección al pueblo. Para evitar un encuentro con él, se volvió para unirse á sus dos acompañantes, don Onofre Jofré y don Bonifacio Muñoz, quienes se habían separado momentáneamente, sin imaginarse que en pos de él caminaba el señor Montero. Al llegar al punto de la propiedad del señor Cabrera, en donde se encontraba el señor Jofré, éste le llamó la atención del seguimiento del señor Juez. Y á la verdad, poco después, entrando á la dicha propiedad, saludaba en estos términos:

—Buenas tardes, don Efraín.
—Buenas tardes, don Bernardo.
—Mucho deseaba encontrarlo.
—Aquí me tiene.
Para decirte que eres un bandido, un ladrón, un criminal y… (aquí agotó el vocabulario más craso) y para que veas que soy valiente, vengo á azotarte á tu misma propiedad. ¡Defiéndete!

Apenas había pronunciado estas últimas palabras, desabrochó su penca y, haciendo acción á su caballo, se lanzó sobre el señor Cabrera. Larga fué la refriega, la que, aunque pudo ser fatal para el agredido, no lo fué sin embargo: nuestros lectores conocen ya los resultados de ella y saben también que Montero, en su despecho, llegó al extremo de llevarse el sombrero del agredido, que se le había caído en la refriega, el cual no ha devuelto.

La narración de este atropello del señor Montero corrió como aceite por el pueblo, que condenaba franca y sinceramente la conducta atrabiliaria del juez. Por eso, no es de extrañarse que don Luis Fuenzalida, á pesar de la distancia que lo separa de Paredones, tuviera conocimiento también de estos hechos y que, antes que don Bernardo Montero se encargara de castigarlo, como había pretendido con el señor Cabrera, pidiera amparo por el telegrama que publicamos en nuestro número anterior.

Impuestos de este telegrama y del atropello contra el señor Cabrera, el señor Juez y Gobernador trasladarónse á Paredones para entablar el correspondiente sumario al denunciado; y después de tres días se volvieron habiendo dejado la esperanza de que no se volverían a repetir estos desmanes.

Es de advertir que la presencia de las autoridades en nuestro pueblo puso en alarma a las autoridades locales, á don Bernardo y don Lindorfo Montero, que son hoy dos cuerpos y una alma. Como preveían el desenlace fatal de estos acontecimientos, para evitar la suspensión inmediata del Juez, recorrieron nuestras calles y una parte de la subdelegación buscando firmas que justificaran la conducta funcionaria del Juez señor Montero. Y lograron su objeto, pues encontraron algunas personas que firmaron la solicitud presentada ante el señor Juez de Letras, en virtud de la presión que ejercieron en el ánimo de ellas; eso sí que estas mismas se encargaron después de decir que la negativa les habría traído la enemistad de las dos autoridades solicitantes y que al firmar la susodicha solicitud estaban muy lejos de aprobar la conducta personal del señor Montero, pues agregaban: «¿que podrá valer esa solicitud si han de quedar comprobados sus abusos con la investigación judicial del señor Juez Letrado?»

Apenas se retiraron de Paredones las autoridades mencionadas, á pesar de haber entrado á conocer en el asunto Rodríguez y teniéndolo en actual investigación el señor Juez de Letras, volvió á conocer en este mismo sumario el juez Montero, siendo que se había despojado ya de su jurisdicción.

En efecto, citó á numerosos testigos y dictó órdenes de prisión contra presuntos autores del robo, entre los cuales figura Juan Marambio, joven de dieciocho años de edad.

Reporteado éste por uno de nuestros corresponsales en Vichuquén, narró la vida que había pasado en el cuartel de policía de Paredones y en la casa del juez Montero, en los siguientes términos:

«El Jueves 31 de Julio fui llevado preso por la policía de Paredones. Llegando al cuartel me pusieron grillos; en la noche me tomó declaración el alcalde don Lindorfo Montero, y cómo no declarara lo que él me preguntaba, me hizo remachar una barra de grillos. El Viernes siguiente fui llevado al fundo San Miguel, donde vive don Bernardo Montero. Me encerraron en una pieza con llave. A la noche siguiente dormí en otra pieza. Así estuve varios días: me hacían trabajar con un peón que había en la casa. Mi vida en esa forma la encontraba más o menos regular. Una noche estaba cenando con el vaquero del fundo; sentí una tos y dije que para mí «[…], que viene a azotarme». Al poco rato la señora dueña de casa trajo la orden del juez de que me encerraran, en la misma pieza en que quedé la primera noche. Así lo hicieron: me llevaron, me encerraron y me pusieron llave por fuera. Como á las dos horas más ó menos se presentó el juez con una vela en las manos y Genaro Rodriguez con un manojo de varillas de membrillo largas, en una mano, y un lazo en la otra. Me sacaron de la pieza y me llevaron á la bodega. Ahí me dijo don Bernardo que cruzara los brazos por detrás. Así lo hice, y Genaro me los amarró y apretó con toda su fuerza. Me subieron arriba de un barril, me quitaron los pantalones y calzoncillos y tiraron la otra punta del lazo á una viga. Lo que me amarraron, me quitaron el barril y me dejaron en el aire. Los brazos parece que se me hacían pedazos. Entonces el juez me preguntó que á qué horas había salido y llegado en la noche Francisco García, y como no les dijera lo que ellos necesitaban saber ó yo mismo me levantara un crimen, tomó una varilla Genaro y empezó á pegarme; se le acababa una y tomaba otra, y yo dando vueltas en el aire como un huso. Se cansaba Genaro y me seguía pegando don Bernardo. La sangre me corría de chorrillos por los pies. Cuando se cansaban los dos, me preguntaba el juez lo mismo, y me amenazaba con que, si no decía lo que me preguntaba, me pegarían noche á noche, y que si me mataban, me enterrarían en la misma bodega; y seguían pegándome otra vez hasta que se acabaron todas las varillas, quedando pedacitos de media vara más o menos. Me desataron y no pude ponerme los calzoncillos y pantalones, porque tenía el cuerpo hinchado desde la cintura para abajo. Me quedaron muchos pedazos de varillas ensartados en las piernas, que me los saqué con mucho trabajo. Como á los cuatro días pude andar, pero muy despacito, y cuando el juez no estaba en la casa, me fuí y me costó mucho poder llegar hasta aquí (Vichuquén). Hace como quince días que estoy á disposición del señor Juez Letrado, ante quien me prescuté expondáneamente, pidiéndole amparo.

El señor Juez me examinó y vió, horrorizado, el estado de mi cuerpo flajelado en que me dejó el Juez Montero, y nombró una comisión compuesta de los señores Sánchez y Pozo; pero nada y nada se ha hecho, sin tener ni yo ni mis co-reos la menor culpa, ni haber en contra nuestra la más mínima presunción. Esa comisión se nombró para que examinara el estado en que aun me encuentro, motivado por la flagelación. Me siento mal, experimento agudos dolores en la parte interior de mi cuerpo y arrojo sangre por la boca.»

Tal es la relación del reo Marambio y tales son algunos antecedentes que hemos querido reunir para que el señor Juez de Letras, inspirado en principios de humanidad y justicia, castigue al delincuente y la Iltma. Corte tome nota de ellos. El público ha condenado ya la conducta arbitraria de este Juez imposible. Resta sólo que los magistrados encargados de administrar justicia y la autoridad administrativa, hagan sentir todo el peso de las leyes sobre este funcionario que tan abusivamente desempeña su puesto.

Y, finalmente, el público tiene ya conocimiento de la venganza sangrienta que premedita Montero contra algunas personas de este pueblo y alrededores, por el delito de haberle enrostrado sus abusos y haber contribuído á la publicación de este periódico. Sepa, pues, el señor Juez Letrado, que algunas vidas están amenazadas por un individuo cuyos instintos son conocidos, y sepa que, si algún crimen se comete, su autor no estará ó no habrá estado mui lejos de «San Miguel», teatro de inhumanos y sangrientos sucesos.

«El Cometa» deja constancia de haber cumplido ahora con el deber de denunciar estos hechos; en el próximo número cumplirá con el deber de informar á sus lectores respecto de las medidas que habrá tomado el señor Juez de Letras, en los denuncios que hacemos, dando cumplimiento á disposiciones claras y terminantes de nuestra Ley Orgánica de Tribunales y del Código Penal.

(Continuará).

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