Problemas medioambientales en Pichilemu: nuevos desafíos

Podríamos definir al turista como un ser que se construye permanentemente, que accede a una estructura agenciada de hoteles, cabañas y agencias de viajes y que, por último, van a destinos con la finalidad de tener experiencias gratificantes e historias que contar. Asimismo, el fenómeno de experiencias vividas por el turista no siempre trae efectos positivos a las comunidades visitadas. Pichilemu, como ciudad turística por antonomasia, recibe a miles de visitantes durante cada año. El dinamismo económico que conlleva esta recepción de gente es indesmentible, pero es necesaria una perspectiva en que se examine al turista como eje del proceso de degradación ambiental.

De acuerdo al censo de 2017, Pichilemu es una comuna que tiene cerca de 16 mil habitantes, cifra que aumenta en sus temporadas veraniegas a más de 100 mil personas. Como se sabe, muchos de sus visitantes provienen de la región de O’Higgins. Aquí es necesario explicar que no sólo se generan los típicos problemas de contaminación señalados por los medios, en que los desechos en las playas –colillas de cigarros, plumavit, plásticos, envoltorios de comida y botellas de vidrios–, problemas con el alcantarillado y falta de información con respecto al reciclaje son problemáticas anuales; también hay que mencionar un concepto que podría denominarse como “Turistificación”.

La “Turistificación” apunta hacia las consecuencias negativas que conlleva la recepción de turistas en balnearios como Pichilemu, donde las instalaciones básicas y comercios se enfocan en el visitante, dejándose de lado al habitante permanente, al residente, que ve cómo los servicios básicos se encarecen o afectan por esta recepción a gran escala. Este problema se origina en las políticas turísticas, que apenas perciben el daño causado al tejido social de larga data en la comuna. Este tejido podría desaparecer, si es que la calidad de vida decrece aún más y la cotidianeidad es afectada sin remedio por diversos perjuicios.

Perjuicios como la falta de tranquilidad a la hora de realizar una simple compra; el aumento inescrupuloso del costo de vida; la falta de empleos estables, sometidos a la economía turística y definidos por salarios bajos; prácticas urbanas-deportivas que son social y económicamente prohibitivas para el habitante medio; la destrucción de ecosistemas y áreas naturales; la profusión de vehículos, que producen contaminación ambiental, tacos y exceso de ruido.

Quizás, no existe una solución plausible –al menos, en el corto plazo– frente a las consecuencias dañinas del exceso de turistas; por lo tanto, sólo quedaría aceptar la transformación inevitable del medio local. De igual forma, no está lejano el día en que Pichilemu se encuentre totalmente rebasado por la profusión de visitantes y que el recurso medioambiental se deteriore sin remedio. Sin embargo, no es sólo responsabilidad de los visitantes; también es significativo que los residentes cuiden los auténticos atractivos de la ciudad. Hay que crear garantías para que las generaciones venideras disfruten en condiciones óptimas de este balneario.

Pichilemu necesita que las campañas de turismo no sólo se enfoquen en la recepción masiva de turistas, también deben difundirse más iniciativas que tengan como objetivo el resguardo del entorno. La buena noticia es que hay varios proyectos de limpieza en playas, promovidas por instituciones sin fines de lucro y realizadas por vecinos de la comunidad y estudiantes. Estos actos logran difundir un mensaje claro sobre los hábitos de aseo; sin embargo, existen iniciativas como “Trash money” a la que es necesario referirse.

“Trash Money” es una iniciativa impulsada por una marca exclusiva de tiendas París –Aussie–, reconocida por una línea adaptada a la vida al aire libre y que, en 2016, promovió la limpieza de las playas de Pichilemu a cambio de ropa, justamente de la marca. Por supuesto, la preservación de las costas es un objetivo loable, pero la adherencia a esta alternativa –transformar la basura en un medio de intercambio, con el objetivo de obtener ropa después de la recolección– no es lo más adecuado. Las meritorias jornadas de limpieza en playas no deben ser condicionadas por motivaciones económicas explícitas, por muy plausible que esto sea. Eliminar los estímulos económicos es el primer paso para ver lo que la gente piensa realmente sobre el cuidado medioambiental.

También hay que mencionar la ley que prohíbe el uso de bolsas plásticas. Hace más de un año, la municipalidad de Pichilemu promovió la campaña de reducción gradual de bolsas plásticas, con el objetivo de eliminarlas desde el primero de enero del 2018. Esta iniciativa ha tenido amplia acogida por parte de residentes y turistas, no obstante, hay ciertas desventajas que no se previeron. Por ejemplo, las bolsas entregadas en el comercio se reutilizan en la mayoría de los hogares, particularmente en los sectores medios y bajos de la población. Esta ley podría afectar la canasta familiar de los quintiles más pobres. Además, las bolsas plásticas son gratis y prácticas.

La publicitación de Pichilemu, el esperado aumento de los ingresos económicos con la llegada masiva de turistas, tiene que ir acompañada de acciones educativas y de proyectos sin fines de lucro que ayuden al cuidado medioambiental. La eliminación de desechos comienza por enseñar a la ciudadanía a través del mejoramiento de sus hábitos. Igualmente, son imprescindibles las campañas de reciclaje, las cuales permitirían transformar los residuos en materia prima para nuevos ciclos de producción. De esta manera, podría generarse el camino correcto para la preservación presente y futura del medioambiente.

Gustavo Leyton

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