La hipocresía del pichilemino como detrimento al progreso local

El pueblo de Pichilemu tiene raíces por el año 1544, cuando el gobernador Pedro de Valdivia entregó al capitán Juan Gómez de Almagro la encomienda de Topocalma, donde se encontró el territorio que después ocupó las subdelegaciones 13 Peñablanca, 14 Cáhuil y 15 Cocauquén, del departamento de San Fernando, que en 1891 se transformaría en la comuna de Pichilemu, unidad político-administrativa que existe hasta nuestros días.

En sus alrededores, a comienzos del siglo XVII se instaló la hacienda San Antonio de Petrel, que junto a los fundos que aparecieron más tarde, formaron la primitiva identidad local: la vida transcurría en torno a la agricultura, necesariamente aislados de la sociedad criolla, debido a su ubicación, pero también aislados de su entorno, creando a largo plazo una visión mezquina de su pequeño mundo.

Estos rasgos de la personalidad del pichilemino son evidentes, por ejemplo, en las primeras administraciones municipales. En 1903, durante la administración del primer alcalde José María Caro, el Inspector de Tesorerías realizó la primera visita a la Corporación local, y aunque el secretario-tesorero Albino Pulgar, con la complicidad de Caro, pretendió ocultar los robos que realizaban a los fondos municipales, no contaba con la astucia y honorabilidad del Inspector, que por cierto, no era pichilemino…

Pulgar murió poco tiempo después, Caro dejó el cargo, y quienes les sucedieron desistieron de seguir juicios sobre este asunto. Todo quedó en nada: el perjuicio fue sólo para el municipio, entidad que, vale la pena recordar, debe velar por el progreso local.

Lamentablemente, los intereses personales de muchos que han pasado por el ansiado sillón han estado por sobre el bien general. Lamentablemente, son muchos los vecinos que prefieren hacer “barra” a determinadas personas que les embolinan la perdiz por un rato, y después se olvidan, porque están ocupados en “arreglarse”.

Las críticas o comentarios directos no son bien recibidos por el pichilemino, más aún cuando son dirigidas hacia alguien a quien le pueden (o podrían) sacar provecho. Mejor es proyectar la imagen de un buen “amigo”, aunque sea hipócritamente. Total, después me pueden dar una “peguita”, o me dejan trabajar sin pagar permiso, o le dan la plata a mi hija para que vaya a surfear… mejor aprovecharse, mejor hacerse el “huevón”, aunque sepa que está mal; o al contrario, mejor darle más color porque el “huevón” que “hociconea” me cae mal, o tiene cara de retrasado mental, o es gordo, o es flaco, o es negro, o es travesti, o es del Bajo, o vive en la villa Arauco, o en Pueblo de Viudas, o en las callamperías, viene de Santiago, está con el “huevón” de derecha, está con el “huevón” de izquierda, está con el “huevón” de la radio, está con el “huevón” del colegio, está con el viejo “hocicón”. Siempre, siempre, siempre hay una excusa para ser hipócrita.

El pichilemino no cambiará, la hipocresía es congénere a su esencia. Por eso Pichilemu no avanza, ni avanzará, porque ese pensamiento retrógrado, de cómo sacamos provecho personal de esta cosa u otra, de cómo “cagarse” unos con otros, no permite el progreso.

¿Capital mundial del surf? Nunca. Las personas pasan, las obras quedan, ¿pero qué obras?

Diego Grez Cañete.

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