Noches de Pichilemu

IMGP1616Esta canción fue compuesta en Buenos Aires, después de mi primer viaje a Pichilemu en el año 1964. Mi regreso a la Argentina fue en definitiva un ahogo salvador para mi futuro: las calles de cemento, los edificios de la ciudad atiborrada de gente en cuyo contacto mi inutilidad se hizo evidente, me dió pruebas fehacientes que mi vida podría tener otro destino. Un nuevo derrotero para borrar las multiples insatisfacciones que vivía en medio de un ambiente que no era el mío.

La canción fue compuesta arriba del tranvía que circulaba, por entonces, entre la estación Retiro y el barrio de Valentín Alsina donde vivíamos. Demoraba una hora y media el recorrido. Tuve tiempo suficiente para memorizar la melodía, de escribir y corregir la letra pese a las miradas agresivas de los pasajeros del tranvía, que volvían cansados del trabajo y necesitaban silencio o un tiempo para pensar en sus propios problemas, porque yo silbaba y silbaba, y seguía silbando incansable. La melodía salió del viento, entre mis labios, como muchas otras canciones, silbando por la calle distraídamente.

Debo confesar que para mí cualquier sitio fue un buen lugar para componer. Una vez, recuerdo, andando en bicicleta tarareaba una nueva melodía que me entusiasmó sobre manera, la misma quedó interrumpida pues choqué, contra el tremendo culo de un caballo que se había estacionado en medio de la calle, le metí la rueda dentro de sus patas traseras y yo quedé incrustado entre sus vigorosas nalgas. Se rompió la bicicleta y se me perdió la melodía por la sorpresa en la raya del intenso olor e inmenso espacio en que metí la nariz.

Sentado, caminando, en un bus, conversando con otra persona, comiendo, en todo momento y en cada acción física, detrás, estaba una melodía, y una intención de letra para ser cantada. El mejor entrenamiento como compositor lo realicé caminando. Por eso nunca pude jugar a las cartas, al billar y al fútbol. Viví siempre distraído del quehacer cotidiano. ¡Ah, cuántas veces hice el ridículo por no saber dónde estaba, en que cielos perdidos, contando qué estrellas! ¡Despertá che boludo! era el llamado de frecuente atención de mis compañeros: ¡bajá, che boludo, bajáte del escenario, que te vas a quemar, pelotudito!

Mis amigos dejaron de invocar mi presencia a casi todos sus juegos y paulatinamente me iban dejaban marginado. Estas son confesiones muy personales que a nadie le debe importar, pero ahora a mí me sugieren incisivamente la pregunta: ¿perdí el tiempo? ¿qué gané con todo ésto?

La canción “Noches de Pichilemu” en sí lo dice todo. Marca la sorpresa de reencontrar la tierra natal bajo un cielo llena de estrellas, y de muchos otros valores humanos, como las Cabritas y sus cocheros, sus rostros curtidos y el silencio al conducir. Después de vivir a diario bajo un cielo siempre nublado como es el de Buenos Aires, con una humedad permanente de 99 grados, de noche y de día, en verano y en invierno, la sorpresa de que existiera otro mundo, que existieran cerros, tantos árboles, tanto verde, un mundo con otros colores, con otro cielo fue impactante.

Hice dos veces el recorrido en ese tranvía sin bajarme, demoré casi 4 horas en este viaje, hasta estar seguro que no olvidaría la melodía, paraba cuando advertía que ya no tenía saliva para silbar y que se me acalambraban los labios. Cuando llegué a mi casa el milagro, a plena conciencia, se había realizado: ¡me voy de esta ciudad! ¡regreso a Pichilemu! La decisión fue tomada entre silbido y silbido para no olvidar la melodía. Sólo me quedaban algunas dudas de carácter práctico, ¿cuándo terminaré mis estudios, qué hago con ellos? ¡qué esperen! me contestó el ángel racional y práctico que tengo entre mis neuronas. ¿Y la familia? ¿Mi madre, mis hermanas que esperan algo más de mí, que no sea sólo un pelotudito sentimental que sabe sólo suspirar por estrellas? ¡Sería ridículo que me fuera porque en sueños una niñita, allá en Pichilemu, suspira por mí!

Pero al fin salí de Buenos Aires. Salí sin que nadie lo comprendiera. Solo y el recuerdo de tantas estrellas, tal vez ellas mismas con un misterioso poder me inspiraron, ¿ellas y yo sabíamos que tenía otro destino? ¿El qué aun estoy cumpliendo y aún no está del todo terminado? En definitva tomé esa decisión que todo joven oppta para independizarse en la via, buscando su propio derrotero, su libertad y aprendizaje del trabajo para el cuala estanmos destinados: nuestro destino final.

Esta canción, que es una de mis preferidas, tiene varias versiones: la inicial grabada por mí, para ODEON-EMI, con la guitarra de Humberto Campos y Lolo Rosso el eximio guitarrista y profesor de música de Rancagua; otra por el grupo Caucahue, de Pichilemu, que fue grabada en el casette organizado por Washington Saldías, luego incorporada al primer CD recopilado de las canciones en discos de acetato y casette; ultimamente por Patricia Becerra y su arpa corralera, que está en Youtube.

¡Qué lindas son las noches de Pichilemu! Por ellas y por otras cosas que sólo yo sé, muchas gracias noches de Pichilemu.

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Noches de Pichilemu

Noches de Pichilemu llenas de estrellas
Que alumbran montes, valles, rocas y arena.
De niño por sus playas soñaba el tiempo
Que el amor por mi sangre fuera creciendo.

¡Qué lindas son las noches de Pichilemu
Quién pudiera algún día verlas de nuevo!
Y en tus ojitos niña, soñar el tiempo
tan dulce en que me dabas tus pensamientos.

Hasta la piel del agua llega la luna
Como gaviota herida sobre la espuma.
En el silencio canta la luz del cielo
Porque un día en tus labios perdí un te quiero.

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